Préface
Résumé
Desde que apareció la televisión, el telespectador no ha cesado de experimentar una peculiar pérdida de aura. Las raíces de este desprestigio son múltiples: el presunto conformismo de quien sigue un ritual, favorecido por los programas semanales, a idénticas horas del día o su supuesta inactividad o apatía. Se reduce a menudo el telespectador a un perfil sociológico y mercantil que facilita su identificación como mero consumidor, negándole toda perspectiva crítica y dimensión cultural. Son extrañamente los mismos medios de comunicación los que a fuerza de medir y segmentar la audiencia, la caricaturizan y desprecian. Sin embargo, los españoles siguen figurando entre los europeos que más televisión ven.